Le Voyage dans la Lune
George Méliès, Francia, 1902, 14 '
Reparto: George Méliès, Bleuette Bernon, Henri Delannoy, Jeanne D'Alcy.
Guion: George Méliès (novelas: Jules Verne, H.G. Wells).
Fotografía: Théophile Michault, Lucien Tainguy.
Montaje: George Méliès.
Productora: Star-Film.
Con veintipocos años y el servicio militar recién cumplido, Georges Méliès se fue a Londres para trabajar como dependiente y mejorar su inglés. En sus horas libres empezó a visitar un museo de curiosidades, el Egyptian Hall, para ver las funciones del ilusionista John Nevil Maskelyne. Cuando vuelve a París, lo hace ya completamente seducido por la magia. Se hará asiduo del Teatro Robert-Houdin, que acabará comprando en cuanto comprende que su futuro está en los escenarios y no en la empresa familiar de zapatos. Dedicó su ingenio y su esfuerzo a modernizar el espectáculo, a inventar nuevos trucos, a poner la técnica de su tiempo al servicio del entretenimiento. Fue un éxito. Por su trabajo renovador de la magia moderna, Georges Méliès ya tendría garantizado un hueco en los libros.
Pero en los libros acabó apareciendo por otra razón, aún más notable. Horas antes de la legendaria primera proyección pública de su “cinematógrafo”, los hermanos Lumière hicieron una demostración para dueños de teatros y salas de París. Georges fue uno de los presentes y quedó fascinado por el cine igual que antes por la magia. Los Lumière no quisieron venderle la cámara, pero acabó consiguiendo una por medio de otro pionero, Robert W. Paul, y en pocos meses las imágenes animadas eran ya una atracción más de su teatro.
La casualidad hace que descubra el potencial de la cámara para fabricar ilusiones imposibles. Mientras filma un plano en la Plaza de la Ópera de París, la cámara se atasca; cuando resuelve el problema, reanuda la grabación. Al ver las imágenes proyectadas, ve con asombro como un autobús “se transforma” en un coche fúnebre. Méliès no fue el primero en usar trucos, pero hizo de ellos su señal de identidad: las transformaciones obtenidas a base de parar la cámara y cambiar una cosa por otra serán la base de buena parte de los cientos de películas que hizo. Los efectos especiales se superponen a una puesta en escena muy teatral, que derrocha imaginación en el diseño de decorados y el vestuario y maquillaje de actores y actrices. Su cine tiende a la fantasía más lúdica y loca y no duda en tirar la casa por la ventana si es necesario; no hay quizá mejor ejemplo de esto que la delirante Viaje a la Luna, que fue un éxito en muchos países, incluso en Estados Unidos, aunque no llegó a ver muchos dólares de recompensa por la entonces (también) común distribución pirata de las películas.
Méliès dio con una fórmula triunfal, pero el cine progresó tanto y tan rápido que muy pronto esa fórmula mostró señales de agotamiento. Los problemas se multiplicaron a su alrededor y en los años 20 el mago de Montreuil era un hombre arruinado y olvidado por la industria que atendía un puesto de juguetes y chucherías en la estación de Montparnasse. La historia le tenía reservado un final feliz. Fue rescatado del olvido y homenajeado aún en vida por las nuevas generaciones, de Henri Langlois a Georges Franju, que reconocieron en él a una figura esencial. Uno de los creadores que hizo que el cine dejase de ser una curiosidad científica para convertirse en un arte de masas. – Martin Pawley